Yo no quería tanto, no esperé a que llegaran todos con las manos llenas y me dieran a elegir. 

Alguien alguna vez sintió y dijo algo parecido, o tal vez solo lo dijo. A mi me gustan las utopías negativas, los fatalismos, la vida caminando por caminos anchos y llenos de espinas, me gustan los cuerpos sin sangre, me gusta la vida, me gusta la vida, me gusta la vida. ¿Cuántos días irán? Unos diez, tal vez un poco más. Me fui caminando lento por si alguien me pedía que me quedase, por si alguien en algún momento de locura se le hubiese ocurrido decirme algo, por si a mí antes de llegar aquí se me hubiese pasado por la cabeza tomar el lápiz, romperlo y comerme la tinta.

Nada de eso se cumplió, nada funcionó, nada hice para que funcionara. ¿ De qué estoy hablando? Me he esforzado anteriormente porque se entienda, me esforcé porque escuché consejos estúpidos y llenos de amor.

Ahora no me importan; no me importan porque me he puesto otro traje, una máscara transparente y una cinta en los ojos. La luz entra exageradamente por la ventana y no soporto estar enterrado todo el día en la primavera mentirosa que se intenta meter a la fuerza. Hay algunos ( que conozco) que se disponen a la primavera, que se visten, que hablan, que viven acorde al humor del sol, qué hermosa filosofía. Yo soy como un invernadero húmedo, olvidado por su amante y puesto en libertad por las aves que van pasando.

Esto no es una queja, no es un canto, no es un grito de auxilio. Esto es algo que pasa como pasan las aves, como pasaste tú antes, cuando éramos sordos y nos conocíamos todas las noches por las lenguas, cuando tú llorabas e inundabas mi casa, cuando yo lloraba y nadie me creía.

Podríamos seguir con esto, tú sabes lo importante que es el auto convencerse, pero también sabes lo poco que importan las cosas importantes. Por eso te amo, por eso me gustas, por eso te canto sin que me escuches, porque tú eres así de sencilla y así de eterna. Eres paradójica como lo desconocido, como el amor y como la muerte, nuestros amantes eternos...que coincidencia. Ayer yo fumaba histérico y tu me me mirabas imponente y tierna y me decías lo que yo era, lo que he sido y lo que sigo siendo. Y yo seguía fumando y mareándome, con la cara más dura que he aprendido a poner, con mis ojos buscando la tentación en los tuyos, con las manos llenas de temblores, escuchándote como nadie lo hace, porque yo te escucho como tu quieres que te escuchen, yo me muero en tu boca y en tu vida que es el poema mas perfecto que he leído. Y entonces pienso que esto no puede ser una utopía ni una realidad, que esto es tu sangre y la mía, que no hay explicación, que somos lo que somos, que lo que pase pasará, que podemos tirarnos al vacío y la muerte nos hará el quite. Estamos aquí, tan nuestros que la vida incluso parece ser un poco más estúpida.

Me gusta hacerte reír, me gusta besarte el cuello cuando se te caen las lágrimas. Me gusta ahogarme en tu cuello cuando tengo el corazón agonizando. Trato de estrujarme los ojos para ver si cae algo, pero tú sabes, estoy maldito y aun no es mi turno, aun no. Pero qué importa, no necesito lágrimas propias, tu me me pintas amaneceres perfectos, tu me llamas sin llamarme, me dices lo que no quiero escuchar y por eso estoy aquí, tan agradecido, tan lleno de amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Viajeros en la luna de Vathé