En la corriente otra vez

Se busca el silencio.

Para darle unos combos con el ruido,
la espina sale del piso y se clava en la boca,
somos hijos del silencio,
asesinos por mandato,
puros inconscientes.

Yo salí a cazar sospechas,
me arranqué la piel y la colgué al sol,

Ahora soy libre,
sangre caminante,
la mancha que se equivocó de sueño
y fue a mear en la realidad.

  



  
Ahí va, sucio y sonriente,
sin nada que le cubra los pies.
Con la lluvia siguen siendo confidentes.
Ellos dos, amantes insensatos, en la oscuridad del frío.
Todo se acerca lentamente a su nuevo comienzo, al torbellino donde la sangre vuelve a ser la nada.

Sigue yendo,
lento pero inseguro,
negando todo lo que venga a posarse en su nariz.
Ahí va el condenado, dando vueltas, boca abierta, cazando gotas.
Tartamudea un par de poemas, se aflige cuando sale el sol, ahí va caminando despacio, entre las espinas y las risotadas, fuerte es su pecho, fuerte es su metáfora, el paradójico, el incoherente, salud hermano espejismo.


Se miró las manos una noche, le hablaban, le cantaban. Ahí él, silencioso, casi mudo, como siempre, nada extraño, nada perverso. Se quitó toda la ropa, se paró en la ventana y saltó, el viento le cortaba la piel entera y se retorcía y se tapaba los besos para que no se le arrancaran antes de llegar. Y el tiempo se suspendió, las manos le gritaban empuñadas bajo su ombligo. 


Nació la vida en el salto que dio. Antes de mezclarse con el piso, abrió los brazos y sonrió. No voló, ni se salvó.

Cuando despertó, el techo no existía, los dibujos flotaban en la nada. Se miró las manos, les cantó, les gritó, les lloró. Frente al silencio, se paró frente a la venta, se quitó la ropa y comprendió.

 
A dónde vamos, si no es a la explosión?
Tengo la amargura pegada en la garganta.

Llega a casa el silencio,
se recuesta en el piso 
y comienza a moverse 
despacio, iracundo.

Despierta de un salto
el hombre que sueña,
y
llora un rato,
antes de volver a dormir.

Rompe el vidrio
con los dientes! 
y escupe la sangre 
sobre las demás bocas,
el canto se hace insoportable,
danzan las furias.

Despierta el hombre!
nuevamente abre los ojos,
empuña las manos 
y saca de su lengua
un ramo de flores.  

Y las flores
lanzan sus espinas,
rojas, negras y blancas,
dan vueltas en la cabeza del hombre,
que mira al mundo 
y lo dibuja en el techo.

  
 






 
Me molesta el ruido,
cuando finge que se calla
y me sigue gritando
y ni se da cuenta.

Me molesta que todo funcione
en tan ordenado des-orden,
me molesta que las palabras
fluyan por mandato.

Soy por esencia un maldito huraño,
creo en los monos
y las cenizas,
el silencio me ha coronado
emperador de los vacíos,
soy el asesino de los gritos,
dios de los incoherentes.