Ahí va, sucio y sonriente,
sin nada que le cubra los pies.
Con la lluvia siguen siendo confidentes.
Ellos dos, amantes insensatos, en la oscuridad del frío.
Todo se acerca lentamente a su nuevo comienzo, al torbellino donde la sangre vuelve a ser la nada.
Sigue yendo,
lento pero inseguro,
negando todo lo que venga a posarse en su nariz.
Ahí va el condenado, dando vueltas, boca abierta, cazando gotas.
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Viajeros en la luna de Vathé