Tartamudea un par de poemas, se aflige cuando sale el sol, ahí va caminando despacio, entre las espinas y las risotadas, fuerte es su pecho, fuerte es su metáfora, el paradójico, el incoherente, salud hermano espejismo.


Se miró las manos una noche, le hablaban, le cantaban. Ahí él, silencioso, casi mudo, como siempre, nada extraño, nada perverso. Se quitó toda la ropa, se paró en la ventana y saltó, el viento le cortaba la piel entera y se retorcía y se tapaba los besos para que no se le arrancaran antes de llegar. Y el tiempo se suspendió, las manos le gritaban empuñadas bajo su ombligo. 


Nació la vida en el salto que dio. Antes de mezclarse con el piso, abrió los brazos y sonrió. No voló, ni se salvó.

Cuando despertó, el techo no existía, los dibujos flotaban en la nada. Se miró las manos, les cantó, les gritó, les lloró. Frente al silencio, se paró frente a la venta, se quitó la ropa y comprendió.

 

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